Este libro surge como una colaboración con la artista canaria Marisa Culatto, afincada en Reino Unido. Dentro de sus distintos trabajos artísticos, hace unos años creó una serie de 35 floras congeladas, como si de naturalezas muertas se trataran. Mis textos acompañan cada una de estas maravillosas fotografías de Marisa Culatto, que atestiguan la belleza de las plantas.
El resultado de esta colaboración es un precioso libro escrito en inglés, y cada uno de mis 35 textos son pequeños relatos cargados de magia. Algunos son como cuentos, otros se detienen en aspectos muy curiosos de cada una de las plantas tratadas. Además, cada flora se acompaña de una delicada ilustración de Anna Farba.
El libro se puede encargar directamente a la editorial, Black Dog Press. Los envíos a España son más económicos si se compra a través de Amazon. Por desgracia, no está disponible todavía en librerías.
Aquí puedes leer, en español, varios fragmentos de algunos de los textos de tres floras diferentes, dedicadas a una especie de gramínea , al castaño de Indias de flor rosa y al arce blanco , respectivamente:
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«Las gramíneas regalan el movimiento al jardín. La más mínima brisa de aire y ellas se encargan de dibujar las ondas del viento, de trazar con delicados gestos la sinfonía aérea que nos rodea. Las gramíneas también muestran la belleza de las semanas que pasan para quienes quieran prestarles atención. (…)»
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«(…) Mr. Barnsdale había dedicado la totalidad de su jardín a reproducir estas dos especies. En macetas muy profundas de terracota germinaba cada castaña, para que pudieran crear una raíz muy profunda que ayudara a que el árbol creciera muy fuerte. Cuando llegaba el otoño, salía con su carrito de la compra a pasear por todos los parques que quedaban cerca de su casa, y recogía absolutamente todas las castañas que encontraba. Si dejaba alguna, porque no le cupieran más, regresaba al día siguiente para continuar con la labor. No podía imaginar que una sola de aquellas semillas se echara a perder, que no consiguiera convertirse en un árbol majestuoso, como los que solía ver casi centenarios en sus paseos de los domingos. Se imaginaba creando un gran bosque que, al llegar la primavera, estallara en colores blancos y rosados de las inflorescencias de ambas especies. (…)»
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«(…) El paseo de arces blancos flanquea ambos lados del camino recto de tierra compactada. Por detrás de ellos, el tendido de unos cables con postes de madera sirve de posadero a los pájaros. Son las cinco y media de la mañana. Dos machos de golondrina cantan. Pero no de cualquier forma. Separados uno del otro por unas decenas de metros, se aferran con sus patitas cortas a sus respectivos cables. Su tonadilla es intensa, sin respiro alguno. Como maestros de la respiración circular, no dejan ni un solo segundo de descanso al silencio que se espera de la madrugada. Se escucha también un mirlo de fondo. La cantinela está hecha de corazón y pluma, rasga el aire. Es una canción de vida. Dura sus buenos tres cuartos de hora, porque unos ojos insomnes de una casa cercana se encargan de cronometrarlo; esos párpados esperaban más reposo y sosiego. Parece mentira que quepa tantísimo sonido en solo veinte gramos de peso.
Hasta que la claridad del sol enciende los colores a la mañana, los trinos y gorjeos no se amansan. Y, mientras sube el sol, la savia se acelera dentro de los troncos de los arces. (…)»